Por: Any Verdeja
Sólo 25 minutos bastaron para comenzar a hacerme preguntas que no puedo responder, quizá porque hemos sido indiferentes, quizá porque formamos parte de ese conflicto tan difícil de observar o quizá porque al final no pasará nada.
Esperar por un trámite bancario me llevó a esta pregunta casi existencialista ¿qué carajos estamos haciendo mal? Y me explico querido lector, esperando que al final de esta narración no le haya estropeado el día y pueda seguir con su vida como si nada.
Sentada en la fila del banco, sentada porque ahora los bancos son modernos y quieren brindar el mejor servicio, de tal suerte que ahora los clientes de las empresas financieras esperan sentados el turno que un amable empleado le dio al entrar; así que ahora es lógico que a los clientes “ya no les importe” que haya 10 cajas y sólo funcionen tres y una sea para clientes GOLD exclusivamente porque ahora esperamos sentados.
Tampoco importa que el gerente esté coqueteando y quitándole el tiempo a una ejecutiva que podría atender un turno, no importa porque los clientes están sentados y no importa que sus líneas telefónicas de ayuda y aplicaciones móviles no sirvan para nada porque al llegar al banco, esperarás sentado.
Y bien, con toda la sociedad esperando SENTADOS en las sucursales bancarias del país, también llegan los niños y niñas quienes juegan en estos divertidos espacios, y a quienes sus madres no hacen caso porque están contando el dinero que tienen que depositar para sus diversos pagos domésticos.
Llegué, tomé mi turno B84 y claro… me senté a esperar; veo el contador y atendían al B63.
“Te voy a matar” escuché detrás de mí; la voz de un pequeñito de escasos cinco años que simulando una pistola con sus manos le apuntaba en la cabeza a una niña de su misma edad. La niña reía.
En un movimiento inesperado, la niña escapó de la muerte echando a correr por entre el horrendo mobiliario bancario, el niño la perseguía aún con “pistola en mano”, ambos menores corrían por toda la sucursal en un entretenido juego de sicarios asaltando el banco y matando clientes que esperaban su turno (sentados por cierto).
Los dos niños se arrastraban por debajo de las sillas, se escondían detrás de las columnas para evadir los ataques del bando contrario que en su imaginación infantil les disparaban; se veía que era un ataque salvaje, de matar o morir en el intento de volverse ricos de la manera fácil… como lo hacen en las noticias, en la música, en las películas, en las telenovelas, en las series de Netflix, como quizá lo hagan los adultos que les rodean y peor aún los educan.
La mujer que los llevaba, quizá su madre, reaccionó ante la conducta de los niños y les pidió que se sentaran y dejaran de correr; “Ahorita que lleguemos a la casa me los voy a chingar a los dos cabrones” reprendió la amorosa mujer.
Ya sentados (también ellos), la plática entre los niños se volvió inquietante; el niño le dijo a la niña: “Si me sacudes los zapatos, te voy a dejar ser la jefa de la banda”, la niña se lo pensó un instante y decidió que le convenía, así que comenzó a limpiar los zapatos de su compañero con gran dedicación, incluso ocupó su propio suéter para lustrar los zapatos del que hasta entonces había sido el cabecilla de la banda.
Dos minutos bastaron para dejar en olvido la amenaza de la mujer a la que llamaremos “madre”… y nuevamente la corredera, ¿qué sentido tendría ser la nueva jefa de la banda sin acción?
Los “disparos” comenzaron nuevamente, ella más violenta comenzó a amenazar a los clientes: “Deme todo su dinero o lo mato”, “agáchese, no nos vea”. A correr, repliegue!
Nuevamente la madre detiene el juego: “Con una chingada, se sientan o quieren que los siente a putazos” dice.
Abajo armas, termina la acción y comienza el juego psicológico entra la niña y el niño. Él, con la peculiaridad de no tener la orejita izquierda, le dice a la niña: “Salte, salte y atraviésate la calle, nadie te va a ver, yo te tapo”.
Ella responde: “No, pasan carros”; pero él insiste y le pide que salga que ningún carro la va a atropellar. La niña responde que si la atropellan se puede morir y que su papá le va a pegar.
El niño ríe y le dice “sacude mis zapatos”. “¿Y qué me das?” dice la niña…
¡B84, mi turno!
“Buenas tardes, bienvenida. ¿En qué podemos ayudarle?” me dice la cajera con su amable y perfecta sonrisa.