Colaboración especial de Alex Sanciprián
Resultó ejemplar modo de entender también la manera en que la lectura produce una enfermedad: escribir.
Texcoco, Edoméx.- A propósito de la lectura de libros de Julio Cortázar buena parte de mi generación quedó inoculada de imaginación y un aprecio creciente por el cómo pasa la vida y uno en el medio de famas, cronopios y esperanzas.
Fue nada más seguir las instrucciones, en apariencia nimias, de cómo llorar, de cómo subir unas escaleras, de cómo darle cuerda al reloj, para introducirnos de golpe a las múltiples circunstancias que determinan el proceder de la tipología humana.
Y en el camino ubicar la propia etiqueta, inclusive, sin mayor esfuerzo que darle hilo a lo fantástico que otros suelen llamar surreralismo y algunos otros simplemente denominan el otro lado de esa cotidianeidad no exenta de prodigios, infamias y sorpresas varias.
Era la época en que leer se consideraba tarea propia de amargados, delirantes alumnos con ínfulas de científicos y en no pocos ámbitos como un ejemplo de cómo la gente se empeña en perder el tiempo.
Eran los albores de la década de los setenta y un magnífico profesor llamado Gustavo Sáinz, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, nos hizo recuperar a golpe de página y de lecturas en voz alta y encargos de reseña de libros la capacidad de asombro.
Ahí fue donde la mayoría reconocimos en Julio Cortázar a un ejemplo viviente de cómo escribir historias de modo distinto al convencional y ofrecer al lector esferas de imaginación, como si fuesen piedras preciosas, en cada uno de sus cuentos y novelas que fueron la plataforma iniciática para comprender el mundo y sus protagonistas.
Abismarse en Rayuela, en Historia de Famas y Cronopios, En un Tal Lucas, Los Premios, Bestiario, Las armas secretas, y otras más de sus obras, resultó ejemplar modo de entender también la manera en que la lectura produce una enfermedad: escribir.
Y por añadidura, de la mano de Julio Cortázar fue posible admirar la importancia que tiene el jazz, el cine, la música clásica, la pintura, el caminar alrededor de la medianoche (acompañados de Miles Davis y Charlie Parker) y recordar que, en efecto, todo se relaciona con todo, que la literatura lo mismo funciona para evitar un suicidio que para enaltecer el mal de amores o el dolor que provoca una muela.