Por Gabriela Jaime, columnista de Radiografía Informativa.
Desde el punto de vista de las Constelaciones Familiares, tenemos una confusión de niveles impresionante.
En la religión católica el hijo, Jesucristo, es más grande y omnipotente que sus padres y después deseamos imitar a este Mesías, yendo por la vida, sintiéndonos tan arrogantes, creyéndonos salvadores de nuestros padres, y nos volvemos sus cuidadores en vez de ocuparnos de nuestros asuntos.
Y cómo no hacerlo si en el fondo es el amor ciego del niño herido, el que nos hace cargar cruces que no nos corresponden.
Es a los abuelos a quienes les toca cuidar a los padres, y los hijos sólo pueden ayudar a los padres en la vejez, sin olvidar que son los abuelos los grandes y aunque ya no estén físicamente, no significa que no estén a nivel del espíritu para sostener a los padres.
Papá y mamá también son los grandes y nosotros los pequeños.
Y a nivel espiritual nos hemos olvidado de la fuerza del Espíritu Santo, que es el que consuela y el reconciliador; nos queremos saltar ese paso también, así como deseamos ocupar el lugar de los abuelos en este mal entendido del niño herido que no asiente a todo lo que es, deseando que sea de otra manera, luchando y peleando con la realidad, en vez de rendirse ante los destinos que esconden sabiduría y, por si fuera poco, un mal entendido de la nueva era es que como somos creadores de la realidad, nos olvidamos de nuestro tamaño y nos creemos jueces con derecho a opinar y a criticar, todos nos inflamos en el ego y perdemos el piso de quien realmente somos.
A veces no somos más que ese niño herido que en sus años ciegos desea salvar al mundo, lo cual le corresponde al Espíritu Santo.
Padre, creador de todo lo que es ayúdame a recordar mi lugar y mi tamaño para poder realizarme en la vida y dejar de cargar destinos que no me tocan, gracias porque es así.
Gabriela Jaime Bojorges. CONSTELADORA
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