Por Héctor Trejo S. Columnista de Radiografía Informativa
Uno de los temas del momento es la posibilidad que tendrá todo mexicano de poseer un arma de fuego para defensa propia, tópico que, aunado a la tremenda inseguridad que se vive en prácticamente todo el territorio nacional, más que aliviar mis pensamientos detona mis preocupaciones y por eso decidí escribir de “Dear Wendy”, el filme dirigido por Thomas Vinterberg (cofundador de la corriente Dogma 95), que más allá de ser una cinta de ficción, permite hacer conciencia del tremendo peligro que esta medida puede traer consigo.
Para quienes no están muy familiarizados con Dogma 95, cuyo precursor es Lars Von Trier (que también escribe el guión), esta corriente cinematográfica discrepa con el cine que proviene de las productoras llamada mayors, en especial las hollywoodenses en prácticamente todo, pues propone locaciones reales, sonido natural, cámara al hombro, evitar el uso de efectos ópticos o filtros, etcétera.
Jugando con estas reglas y con el rito de criticar las políticas estadounidenses (uso común de los filmes de Von Trier), “Dear Wendy” se debate entre dos necesidades que nos quiere contar, tan importante una como la otra: 1) la construcción de identidades a partir de un complejo grupo de amigos que comparte el gusto por las armas y, 2) la imperiosa la necesidad de un joven tímido por empoderarse en torno a una pistola.
El tema, no es en ningún sentido simple ni superficial, pues puede parecer una romántica narración pueblerina y justo, esa es una de las intenciones de Vinterberg al presentarnos un western desfasado en 2005 (año de su estreno), sin embargo, el cine ha sido una pitonisa en muchos aspectos y esta visión compleja de una sociedad desgastada y cansada, puede incrementar, como nos cuenta el filme.
Los dogmáticos, tanto guionista como director, nos dejan claro una metáfora demoledora, que postulan a lo largo del filme y que refuerzan con un plano final tremendo e irrefutable: la tristeza y la indiferencia, casi siempre van de la mano con la violencia y si hay un arma de por medio, esa violencia puede escalar exponencialmente.
El trabajo histriónico de Jamie Bell, Bill Pullman y Michael Angarano encaja perfecto en este mundo alterno del que nos cuenta el director danés, que en su momento, nunca quisieron equiparar con Estados Unidos, sin embargo, nos dejan todas las pistas para ponerle nombre de algún pueblo norteamericano al sitio donde nos ubican a los personajes.
La banda sonora de la película es un verdadero deleite que acentúa la constante tensión que nos proyecta el director, con estruendosos momentos, de la mano con la candencia de la música de Benjamin Wallfisch.
Es un filme sumamente recomendable que incluso le invito a ver como una cinta obligada para estos momentos, muy seguramente le permitirá tener una visión al futuro de esta política de armamento público que se ha autorizado en nuestro país.
Sólo le recuerdo que la imaginación se disfruta más en la oscuridad del cine, así que no deje de asistir a su sala favorita. Para dudas, comentarios o sugerencias escríbame al correo electrónico [email protected] o sígame en mis redes sociales “CinematografoCeroCuatro” en Facebook y “Cinematgrafo04” (sin la “ó”) en Twitter.