Los mayas, la selva y sus secretos arqueológicos: Chacchoben, Quintana Roo

Por Héctor Trejo S. Columnista de Radiografía Informativa
La carretera siempre ha sido cómplice de los fanáticos expedicionarios, de aquellos que adoran salirse de los lugares concurridos y explorar nuevas rutas dentro de las ya establecidas.
Y es así, andando por la carretera, en cualquier vereda se puede girar, en cualquier camino se puede andar, en cualquier señalamiento se puede buscar
una nueva experiencia turística.
Sobre la ruta Chetumal-Cancún a 70 kilómetros de la ciudad de Chetumal,
Quintana Roo, saliendo del lado izquierdo un poco antes de llegar al entronque con Majahual, se encuentra una pequeña carretera que se dirige a Mérida, la llamada ruta rápida, siguiendo por ahí, a 7 kilómetros de distancia se llega a la zona arqueológica de Chacchoben.
Bajarse del auto en plena selva, es un reto colosal para cualquier citadino, pues el ataque de los moscos y el golpe de calor, que llega a elevar la temperatura en varios grados centígrados, no es algo con lo que se esté lidiando en las grandes urbes, menos aún, con los niveles de humedad que guarda la selva.
Es un reto propio de la región.
Para entrar a las construcciones de esta zona arqueológica, se debe transitar
por un caminito flanqueado de árboles de todo tipo, que dejan notar a los primeros moscos agresores que arremeten con tremenda intensidad. Rodean a los pocos visitantes a esta zona arqueológica, cercana al poblado del mismo nombre.
Cuando se consigue pasar este primer bloque de insectos, los sentidos despiertan por completo, pues la primera pirámide a los ojos del visitante, se muestra estoica y firme. Se trata de una edificación atípica si la comparamos con el resto de los monumentos mayas de la zona, pues aquí, los ángulos de los edificios fueron redondeados, según comenta el guía, al estilo Petén, que caracteriza los vestigios mayas en Centroamérica y en particular en Guatemala.
Caminando por la selva se encuentra uno a los poco conocidos tábanos, que los locales solo espantan para evitar su ponzoñosa picadura, que por cierto no a todos les afecta. Esos animales tipo Palomas de San Juan de color amarillo abundan en la floresta y en el recorrido de Chacchoben aparecen también, exponiendo su orgullo maya.
A unos cien metros de esta primera edificación se encuentran los basamentos de las casas de la gente que habitaba la zona y un poco más adelante comienza el ascenso a la pirámide más alta y más representativa.
Una pequeña perforación circular en una roca sólida, hace de esta parte de la zona, lo más sorpresivo, pues dicho círculo perfecto, es el paso de luz solar que únicamente se ilumina en el solsticio de verano.
Después de la serie de picaduras de insectos, el calor ya ni se siente, pues luego de caminar unos 500 metros en forma circular, las playeras de todos los visitantes vuelven empapadas de sudor.
El regreso a la entrada es glorioso, pues se camina bajo la sombra de los árboles que bailan al ritmo del viento moviéndose cadenciosamente de un lado a otro y refrescando a los visitantes tremendamente acalorados.
Dejamos el supramundo maya y los espero en otra “Crónica Turística”. Estoy a sus órdenes para cualquier comentario o sugerencia en el correo electrónico [email protected]

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