Por Héctor Trejo S. Columnista de Radiografía Informativa
Un personaje entrañable puede potencializar el efecto favorable de la opinión de los espectadores, es decir, cuando un personaje le llena la pupila en ternura o efectividad a quienes nos sentamos frente a la pantalla grande, este elemento puede volverse un vínculo indisociable con el espectador y llevar el peso de una buena parte de la historia. En “La vida secreta de tus mascotas 2” sucede precisamente esto.
¿Recuerda usted al conejito enojón, ahora conocido como Snowball? Él es la base de las historias paralelas que nos ofrece en esta entrega el director Chris Renaud. Snowball -cuyo doblaje fue hecho por Eugenio Derbez y cabe mencionar que es bastante bueno, una de las labores cinematográficas en las que destaca el cómico televisivo- cumple con dos funciones perfectamente definidas en la historia, la primera es captar la atención emotiva del espectador; la segunda, fusionar y detonar una de las dos historias paralelas.
Empecemos con adelantar brevemente el argumento, que nos lleva a los cambios radicales en la vida de Max, pues su dueña Katie ya cuenta con una pareja y tuvo un bebé al que protege en demasía y al lado de quien emprende un viaje de vacaciones, junto con su amigo Duke, situación que es aprovechada por Snowball para poner de cabeza el edificio donde todos viven.
El conejo, en compañía de Daisy (voz de Mariana Treviño) una perrita que le pide ayuda para liberar a un felino que ha visto ser abusado y asesorado por Gidget (con la voz de Mónica Huarte), la gata obesa y egoísta de la manada, convierten su edificio en una sede de la locura, con nuevos, pero entrañables visitantes.
La fusión de ambas historias, demuestra a los pequeñines que la unión hace la fuerza e incentiva en ellos la necesidad de establecer relaciones fraternales, donde la lealtad sea una bandera de acción. Justo esa es la mayor aportación del filme, además de la parte del entretenimiento, el cual está garantizado.
Un filme absolutamente recomendable. No solo mantendrá a los niños en su butaca, en espera de lo que sucederá en pantalla, también a los adultos nos mantiene al filo de la butaca y consigue extraernos más de una sonrisa a lo largo de sus 91 minutos de duración. Mi experiencia con dos pequeñas especialistas en cine infantil, me da está perspectiva que les cuento.